La literatura siempre se ha considerado una fuente de sabiduría, consuelo y refugio. Pero hay veces que ni las palabras, leídas o escritas, pueden mitigar la impotencia, frustración o tristeza que genera el sufrimiento humano. Porque hay ocasiones en las que la realidad supera la ficción. Las imágenes que los creadores inventan en novelas de ciencia ficción, series y películas distópicas o mundos virtuales apoteósicos se quedan cortas, comparadas con las catástrofes que nos azotan, cada vez más reales y más fuertes.
La DANA de Valencia nos ha dejado imágenes desoladoras y dantescas. En ese amasijo de hierro, lodo y aguas turbulentas que ha sumergido calles, puentes, coches y cuerpos, muchas personas lo han perdido todo. No solo muebles y enseres, también hogares, proyectos, locales, recuerdos y sueños. Demasiadas personas han perdido incluso la vida o la de sus seres queridos. No creo que exista algo más doloroso que el agua te arranque a tus hijos de los brazos, sin que puedas hacer nada…
Dicen que hay que buscar la felicidad en nuestro interior y en las pequeñas cosas, pero es imposible encontrarla ante tanto sufrimiento. Aún así estamos obligados a hacerlo y a dar gracias por seguir estando vivos.
Tenemos la responsabilidad de mirar hacia dentro y hacia fuera. Reflexionar, analizar y cooperar en función de nuestras posibilidades, habilidades y herramientas. Ser empáticos y solidarios, con el de al lado o en la distancia. No prender la leña del árbol caído, ni aumentar el ruido mediático, sino construir con gestos de apoyo, palabras y acciones.
La imagen de la destrucción es un pasado arrasado por la corriente. Un presente truncado, difícil de recuperar, aunque nunca imposible. Un futuro incierto, lleno de dudas y incertidumbres. Y el miedo, que sigue presente, antes, durante y después de la tragedia. Algún día ocurrirá… ¿Dónde? ¿Cuándo? ¿Volverá a suceder en el mismo sitio o en otro lugar? ¿Se podía haber evitado o minimizado?
Los seres humanos, pese a nuestra prepotencia, somos insignificantes frente a la salvaje naturaleza. Ella nos devuelve, cada vez con más fuerza, nuestra propia mierda. La que llevamos tiempo amasando, comprando, tirando. Pero seguimos mirando para otro lado.
Todos somos responsables de lo que hacemos y de lo que no. De lo que decimos y de lo que callamos. De nuestras intenciones y acciones. Las crisis sacan lo mejor y lo peor de las personas, pero yo prefiero quedarme con lo bueno. Con los que construyen, animan y ayudan de forma voluntaria o profesional. Con las miles de iniciativas solidarias del pueblo español.
La conducta ejemplar de los jóvenes, caminando varios kilómetros, con cubos y palas, por el ya bautizado como Puente de la Solidaridad, para ayudar a limpiar el lodo y el agua estancada. Algunos venidos de otros países, incluso en patera. Agradecidos, devuelven la acogida a los españoles.
Los ancianos que ayudan, a pesar de sus impedimentos físicos, a distribuir enseres, comida o donativos.
Los niños que, con sus dibujos y miradas puras, agradecen a los profesionales su gran ayuda, llenos de interrogantes.
Los cocineros que no han dudado en coger sus cazuelas y comida para alimentar a damnificados y voluntarios.
La Universidad de Valencia que está reconstruyendo fotos y recuerdos familiares. Gente que compra libros a librerías valencianas, donaciones a bibliotecas, fontaneros desatascando tuberías y alcantarillas, carpinteros reparando, donando o construyendo muebles…
Ojalá llegue la ayuda a todos los rincones afectados de Valencia y no se desperdicie nada.
Ojalá haya una planificación urbanística responsable y sostenible, que respete entornos y personas.
Ojalá las medidas preventivas y alarmas funcionen y nunca vuelvan a fallar.
Ojalá los gobernantes dejen de pelear, cumplan sus compromisos, protejan a los pueblos, reconozcan y subsanen errores.
Ojalá la solidaridad sea mayor que los saqueos y la bondad venza a la mezquindad.
Ojalá todos seamos conscientes de que proteger nuestro hábitat es nuestra responsabilidad.
Ojalá seamos capaces de convertir esta crisis en una oportunidad para mejorar nuestra relación con la naturaleza, proteger ríos, mares y personas.
Ojalá… después de la desolación, esto no se olvide, llegue la reconstrucción y la calma.
Un recuerdo especial para los que ya no están y los que han perdido a sus seres queridos. También para los que ayudan sin descanso y a los que lograron rescatar a alguien, arriesgando su propia vida.
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