Había una vez un reno que se llamaba Rudolph. Tenía una curiosa y peculiar nariz roja, grande y brillante, por lo que los demás renos se burlaban de él, llamándole payaso. Fue por este motivo que el reno de la nariz roja, se sentía muy avergonzado y acabó apartándose de todos.
Se acercaba la Navidad y Rudolph seguía solo su camino. Pero una noche en que las estrellas brillaban más que otros días en el cielo, Papá Noel preparaba su trineo, como todos los años. Contaba y alineaba los ocho renos que tirarían de su trineo para llevar regalos a todos los niños del mundo. Ya tenía todo preparado cuando, de repente, una enorme y espesa niebla cubrió el cielo.
Desorientado y asustado, Papá Noel se preguntaba cómo lograrían volar el trineo si no veían nada. ¿Cómo encontrarían las chimeneas?, ¿Dónde dejarían los regalos? A lo lejos, vio una luz roja y brillante y empezó a seguirla con su trineo. No conseguía saber de qué se trataba, pero a medida que se acercaban, se llevó una gran sorpresa. ¡Era el reno Rudolph!
Sorprendido y feliz, Papá Noel pidió a Rudolph que tirara él también de su trineo. El reno no podía creérselo. Lo aceptó enseguida y con su nariz fue iluminando y guiando a Papá Noel, su trineo y los renos.
Fue así como Papá Noel consiguió entregar todos los regalos en la noche de Navidad, gracias al esfuerzo y colaboración del reno Rudolph. Sin su nariz roja, los niños no hubieran tenido regalos. Y Rudolph, se convirtió en el reno más querido y admirado por todos.
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