La ciudad de las tres culturas, por la que han pasado judíos, árabes y cristianos, siempre desprende algo especial, pero en Navidad, resulta más mágica todavía. El invierno, en la pequeña ciudad manchega, huele a leña y chimenea, a cuero y pimentón, a dulce almendra y mazapán…
Resulta un placer para los sentidos caminar por sus calles llenas de arte e historia. Adentrarse en el Museo Sefardí o buscar alguna Sinagoga escondida en un callejón.
Disfrutar del cuadro del Greco “El Entierro del Conde Orgaz” o perderse por su magnífica y original Catedral.
Oler el olor del cuero, por sus tiendas de marroquinería, llenas de zapatos, botas, bolsos y maletas o disfrutar de las cálidas luces de sus lámparas árabes de colores.
Probar uno de sus platos de caza o de cuchara, como la siempre reconfortante “Sopa Castellana” hecha con ajo, huevo, pan y pimentón.
Pasear por el río Tajo, contemplar el Alcázar o la histórica Plaza de Zocodover, con su alumbrado navideño.
Tomarse un chocolate con churros en el “Café de las Monjas”, probar sus dulces o las maravillosas tartas de chocolate con naranja o violeta.
Llevarte “mazapán de Toledo”, la estrella de las fiestas. En el “Obrador de Mazapán de Santo Tomé” elaboran cada día de forma artesanal y desde 1856, deliciosas figuritas de mazapán, frutas escarchadas, anguilas dulces decoradas, marquesitas…
Además te encontrarás con el Don Quijote de Mazapán más grande del mundo!
Después de disfrutar de la magia de Toledo y de sus paisajes de cuento, por la noche con sus tenues luces y antiguas farolas, parece una ciudad encantada. Merece la pena hacerse una escapada!
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