Cuando llegamos a Pasadena, buscamos un típico “bungalow californiano”, pero encontramos una casa “de estilo español” de 1920. Me gustó su sencillez, la luz que entraba por sus grandes ventanales y la historia que se respiraba en su interior, pero sobre todo, que en medio del jardín había un olivo centenario. Ya que iba a estar un tiempo lejos del paisaje español, así lo recordaría.
Despertarte con el sonido de los pájaros, abrir la ventana y ver ese olivo que te protege con su sombra, bajo el que poder leer libros, meriendas al caer la tarde, siestas de fin de semana… no tiene precio.
Desde mi ventana veo un olivo, sabio y centenario, lleno de secretos, que me hace pensar cada día, que aquí hay algo más que palmeras.
Cuidemos de todos los olivos, estén donde estén, por todo lo que nos dan. La vida no sería igual sin las divertidas aceitunas que decoran los Martinis, las que alegran las cañas con los amigos y las que nos permiten mojar el pan, en el oro líquido más sabroso que existe.
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