Hace unos días, la banda irlandesa U2 anunciaba una gira por Norteamérica y Europa para celebrar el 30 aniversario de su legendario álbum “Joshua Tree”. Un concierto soñado para muchos de nosotros por lo que significa y si además en Los Ángeles tocan en el mítico Rose Bowl de Pasadena, justo al lado de casa… tal vez resulte demasiado bonito para ser verdad.
Hace ya tiempo que la música se convirtió en un negocio, pero el mundo globalizado nos está llevando a que nuestros sueños se cumplan o no a golpe de clic y de tarjeta. Los expertos en marketing deciden cuando y donde anunciar el evento y mientras comienza la cuenta atrás de los días que faltan para poner las entradas a la venta, los fans esperamos ansiosos, cuál rebaño de ovejas, hasta que el cronómetro de una absurda página web indique los días, horas, minutos y segundos que quedan para que se desate la locura de encontrar una entrada no muy mala a un precio razonable. Pero eso es casi imposible que pase, porque mientras las páginas de reventa supuestamente legales ya han empezado a duplicar sus precios, esa maldita web de la que estamos pendientes miles de personas a la vez en todo el planeta, empieza a bombardearte con el cartel de no hay entradas de esas de a 200 dólares con visibilidad reducida, quince minutos después de ponerse a la venta y a la media hora, el precio de la entrada más barata habrá pasado de 300 a 600 dólares. Y entonces es cuando empieza a convertirse en una pesadilla el sueño de ver a tus ídolos en directo… porque sólo unos pocos privilegiados tendrán la suerte o la osadía de pagar semejante cantidad por asistir a un concierto. No será mi caso, que a estas alturas de la película ya estoy tan cabreada por la manipulación y la absurda locura colectiva, que prefiero sentarme plácidamente en el salón de mi casa a desempolvar aquel vinilo que hablaba de sueños rotos y esperanzas. Y mientras lo escucho, recordaré ese concierto especial que nunca volverá a repetirse, a pesar del maquillaje y las técnicas de marketing…
Por suerte, todavía quedan algunos sueños que no los puede comprar el dinero. Como adentrase en el desierto de Joshua Tree, conduciendo con las ventanillas bajadas y escuchando a todo volumen “I still haven’t found what i’m looking for”.
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