Ennio Morricone y su ¨Cinema Paradiso¨

Hoy la música, el cine y el mundo perdieron a otro de los grandes: Ennio Morricone. Capaz de llenar vacíos y silencios con delicadas melodías. De iluminar agujeros negros, con notas y armonías. De buscar, saborear y transmitir, las cosas esenciales de la vida.

Ennio Morricone

Tenía el privilegio de descubrir y mostrar la belleza del mundo con humildad, sencillez, pureza y bondad. Haciendo que los buenos, los feos y los malos, no fueran ni tan buenos, ni tan feos ni tan malos. Convirtiendo el cine en un trocito de paraíso perdido, un gran amor, en una experiencia inolvidable o una misión, en una increíble hazaña.

Componía la banda sonora de películas aún en construcción, imaginando planos, secuencias y contraplanos que todavía no existían. Haciéndolas únicas, imborrables, entrañables… Dotando de sentimientos no sólo a personajes, también a constructores de ilusiones, actores y espectadores.

Siempre he creído que las buenas acciones y las obras de arte sublimes son las que están ahí, en el fondo, sin notarse demasiado. Hasta que llega una que te envuelve con su presencia y lo llena todo, porque hace vibrar lo que toca, volviéndose única e irrepetible: la obra maestra. Y entonces su creador se convierte en genio.

Ennio Morricone

Hace unos días, durante el confinamiento, volví a ver “Cinema Paradiso”. Recordaba su melodía como una cascada de pureza, inocencia, nostalgia y magia incontenida. Sonaba en bucle, durante toda la película, de forma repetitiva. Pero no importaba, porque no querías dejar de escucharla nunca, para seguir sintiendo la emoción, erizándote la piel, como un soplo de aire fresco. Para no olvidar la luz de la gran pantalla, que se va apagando cada día, envuelta en la vorágine de un mundo cada vez más ruidoso y menos armónico.

A veces el fin de algo o de alguien tiene un precio. Nunca podrás comprar lo que te hace sentir, “Por un puñado de dólares”, porque su valor es incalculable. Pero podrás disfrutar del trabajo apasionante de un ser que tocaba tu corazón con cualquier instrumento. Que te llegaba al alma haciendo brotar las lágrimas… “Hasta que llegó su hora”.

Escucharemos su música, más nostálgica si cabe, a partir de ahora. Con la desilusión de ver las salas de cine apagarse poco a poco. Con la tristeza de contemplar como se queman los últimos trozos de aquel refugio, paraíso perdido. Y con la esperanza de que alguien vuelva a llenar el vacío y la destrucción del mundo, reconstruyéndolo, como él hizo en su entrañable “Cinema Paradiso”: con la fuerza arrolladora de una cascada de emoción y una colección de besos. Gracias por tanto, Ennio Morricone.

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