Ayer en EE.UU. se emitía el magnífico documental “A conversation with Gregory Peck”, ya que se cumplían 100 años del nacimiento del actor en la bonita localidad de La Joya (California).
Por todos es conocida su faceta artística y las más de 50 películas en las que participó como Días de gloria, Las llaves del reino, Matar a un Ruiseñor, Vacaciones en Roma o Moby Dick. Pero el valor del entrañable documental, radica en su esencia, honestidad y en la forma en la que está contado, en primera persona, por el propio Gregory Peck. Algo que pocas veces ocurre, ya que suele ser después de la muerte cuando la estrellas se convierten en mitos y muchas veces la historia de sus vidas no es “exactamente” como la cuentan otros, por muy bien documentadas que estén. Tampoco es casualidad que el documental fuera dirigido por la cineasta Barbara Koople y que participara en la producción su hija Cecilia Peck durante el embarazo de su primer hijo, uno de los momentos sin duda más importantes para el actor: cuando se convirtió en abuelo.
El escenario e hilo conductor fue el Barter Theatre, Abingdon (Virginia), donde el Gregory Peck había actuado en 1940. Lo visitó una tarde inolvidable de 1999 para responder a las preguntas de sus fans. La excusa perfecta para volver a contactar con su público, al que añoraba, y ofrecer detalles de su vida y carrera a través de imágenes sobre sus películas, vida social y familiar. En el diálogo con sus fans, se podía palpar el respeto, admiración e influencia que él y sus personajes habían ejercido sobre muchos de ellos.
Hay personas que saben contar historias y algunas que embelesan. Él era una de ellas, porque cualquier cotidianidad, real o ficticia, la convertía en algo interesante. Gregory Peck a sus 83 años, seguía conservando una mente lúcida y hablando con elegancia, seguridad, pasión, sentido del humor y honestidad sobre las luces y sombras de su vida. Contó cómo conquistó a su segunda mujer, una periodista francesa con la que estuvo casado más de 40 años, su gran amistad con Audrey Hepburn, porqué su personaje favorito siempre fue Atticus Finch y la trágica muerte de uno de sus hijos, sin duda el acontecimiento más triste de su vida.
Pero su gran personalidad no le impidió disfrutar de las pequeñas cosas de la vida, como el olor de la lavanda, pasear entre olivos o comerse un higo maduro debajo de una higuera, ni tampoco luchar por causas humanitarias y culturales.
Aquella tarde en el Barter Theater, alguien le preguntó que cómo le gustaría ser recordado. Él dijo que cómo un buen padre y un buen marido y cómo lo que siempre quiso ser: un contador de historias.
Cuatro años después, murió plácidamente a los 87 años en su casa de Los Ángeles, pero siempre será recordado, además de por todas las historias que nos contó, como el héroe que encarnó a Atticus Finch y el hombre más íntegro de Hollywood.
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