Uno de los barrios que más me gusta de Madrid es el de Ópera, que también esconde muchos secretos, como la Fuente de los Caños del Peral, que se encontraba en la Plaza de Isabel II, junto al metro Ópera y se llamada así por estar bajo la sombra de un peral. Medía 34 metros de largo y había sido diseñada en el siglo XVII por Juan Bautista de Toledo (el arquitecto del Monasterio de El Escorial) y junto a ella, se encontraba el acueducto de Amaniel que conducía el agua hasta el Palacio Real. La fuente, una de las más antiguas de Madrid, que originariamente fue unos baños árabes, abasteció a la ciudad hasta el s. XIX a través de los aguadores, uno de los gremios más importantes de la villa y quedó enterrada cuando se construyó la plaza, pero ahora se puede visitar dentro del Museo Arqueológico Subterráneo de los Caños del Peral.
Me gustó volver a merodear por los alrededores del Teatro Real, echar un vistazo al programa de ópera de la temporada y subir por la calle de la Taberna del Alabardero, (sin duda uno de los mejores sitios para tomar alguna tapita madrileña) y volver a visitar el Palacio Real.
No sabía que medía 135.000 metros cuadrados y que tenía más de 3.000 habitaciones (el doble que el Palacio de Buckingham o el de Versalles). De hecho es el palacio real más grande de Europa Occidental y uno de los más grandes del mundo y alberga un valioso patrimonio histórico-artístico, como su colección de violines Stradivarius Palatinos o la de relojes y otras obras de arte como pinturas, esculturas y tapices.
La Catedral de Almudena, me pareció más bonita a lo lejos y el Campo del Moro un buen lugar para pasear con tiempo. Dicen que fue en estos jardines donde supuestamente acamparon las tropas musulmanas durante un intento de reconquista de la plaza de Madrid.
Y una copa en la terraza del Café de Oriente, la mejor manera de terminar el día, sintiendo la suave brisa en una noche de verano cualquiera.
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