Aquí seguimos, un día más, encerrados tras el cristal. Mirando el paso del tiempo y de los acontecimientos. Al menos tenemos pájaros de papel y flores de colores. Me las regalaron unos amigos por mi cumpleaños hace un mes. Cuando la vida transcurría con normalidad y planeaba ir a ver los almendros en flor. Este año no podré hacerlo.
Pero ayer llegó alguien especial. Alguien a quien no prohíben cruzar parques y jardines. Que camina descalza, con el pelo al viento y los brazos abiertos. Esparciendo flores y esperanza, sueños y alegría. Aún no podemos verla, pero está ahí fuera, a la vuelta de la esquina…
Subo a la azotea. Apenas puedo ver más que los edificios de la gran ciudad. Un muro no me deja ver el verde de los árboles, pero sé que están ahí abajo, regenerándose y eso, me reconforta.
El silencio absoluto me permite escuchar el canto de los pájaros. Siento un soplo de aire fresco rozar mi cara. Veo que un rayo de sol se cuela entre las nubes. Y por debajo de las piedras amontonadas, sin tierra ni abono, crece una planta.
Que nadie detenga a la primavera, porque sé que traerá cosas buenas…
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