Muchos la llamaban la diosa del Rock & Roll. A mí siempre me cautivó su fuerza, su empuje y esa poderosa voz envuelta en traje de leona domesticada. Porque, pese a su apariencia salvaje, siempre percibí en ella su humanidad, simpatía y vulnerabilidad. Sus ganas de levantarse, de reinventarse, de ponerse la minifalda y subirse a los tacones como si nada pasara.
Madre biológica de dos hijos y adoptiva de otros dos. Los de su exmarido que la maltrataba. Tuvo que reponerse del abandono de su propia madre y de los insultos racistas desde la cuna. Armarse de coraje para dejar al marido que la descubrió y le cambió el nombre. Recuperar su identidad y autoestima, hacer frente a sus problemas económicos y sobrevivir a la trágica y prematura muerte de dos de sus hijos.
Encontró en el gospel, el blues y el jazz el consuelo y la espiritualidad que necesitaba para seguir viviendo. Consiguió levantarse, de nuevo, y convertirse en estrella del rock.
Pese a todo, Tina Turner escribió: “La gente piensa que mi vida ha sido dura, pero creo que ha sido un viaje maravilloso, y cuanto más envejeces, más te das cuenta de que no es lo que te sucede, sino cómo lo enfrentas. Si yo he conseguido ser feliz, todo el mundo puede hacerlo”.
“We don´t need another hero”… cantaba. Yo también pienso que no necesitamos más héroes, más violencia ni más guerras. Necesitamos más heroínas empoderadas que inspiren con Amor y Compasión. Ella fue sin duda una mujer que voló alto. Y seguirá haciéndolo, poniéndonos a bailar con sus canciones.
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