San Sebastián tiene ese encanto de los sitios pequeños, que siempre guardan algún secreto por descubrir. Su situación geográfica, a veinte kilómetros de Francia, hace que tenga similitudes con la costa francesa, pero su Playa de la Concha es única en el mundo.
Un paseo inolvidable por su inconfundible barandilla de hierro forjado, contemplando las farolas que lucen como señoronas, las casas burguesas y ese carrusel que nunca para de girar… nos recuerdan que todavía conserva el brillo de la Belle Époque.
Edificios emblemáticos que no olvidan su pasado, como el Ayuntamiento, antiguo Casino en otra época y el Hotel Londres, lugar de encuentro de la aristocracia europea, actores de Hollywood y algún que otro espía en tiempos de guerra…
Su mayor virtud es que tiene esa gracia auténtica popular de mezclar el glamour con las alpargatas.
Que no se altera por beber el vino en copa de cristal o en bota de cuero.
Por comer platos refinados o pintxos a bocados.
Tiene ese hambre, también de cultura, y eso la hace grande. Siempre hay un evento de cine o gastronómico. Mezcla el arte con las rocas, en forma de esculturas que salen de las olas…
O de paisajes vacíos.
Y en cada rincón siempre aparece algo que sorprende, que une pasado y presente. Símbolo de modernidad. Bella, San Sebastián.
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