El pasado viernes, Judith Godrèche reapareció en los Premios César tras denunciar hace unos meses a dos cineastas franceses por violencia física y sexual, cuando la actriz sólo tenía 14 años.
30 años ha tardado aquella adolescente en hacer su viaje, para liberarse de culpas y miedos y poder subirse a un escenario a contar su verdad. Lo había hecho en libros, guiones, películas, televisión y radio, pero nunca había sido capaz de enfrentarse a sus colegas. A los que lo hicieron, a los que lo silenciaron y a los que lo encubrieron.
“Tenía que llegar este momento. Cara a cara, directo a los ojos”, dijo liberándose de sus ataduras en un emocionado discurso. La actriz que, según su testimonio, vivió una relación abusiva durante seis años, añadió: “Hay que tener cuidado con las niñas. Se golpean contra el fondo de la piscina, reciben golpes, pero se recuperan.” Y acabó, entre una gran ovación, diciendo: “Es un momento extraño para nosotras. El poder está oscilando. ¿Será posible que afrontemos la verdad? ¿Que asumamos nuestras responsabilidades? ¿Ser los actores de un mundo que se cuestiona?
Godrèche, animó a otras actrices a contar sus testimonios para luchar contra los abusos y la impunidad en el cine francés. Después declaró en varios medios de comunicación que su intención ahora es conseguir que se tomen medidas para poder trabajar de forma segura en el mundo del cine.
Antes que ella, Léa Drucker, Aïssa Maïga, Jeanne Balibar y Adèle Haenel denunciaron en los César la cultura de la violación y el sexismo sistémico en el séptimo arte.
Por su parte, la directora Justine Triet, que ganó 6 César, incluidos mejor película, directora y actriz principal por Anatomía de una caída, le dedicó su premio a “todas las mujeres”. “A las que se sienten atrapadas en sus elecciones, en su soledad, a las que existen demasiado y a las que no existen lo suficiente, a las que triunfan y a las que fracasan y, por último, a las que han sido heridas y se han liberado hablando. Y a las que no pueden”.
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