Pocos sabían que el pasado viernes 13, “la fiesta” iba a acabar como acabó. No lo suponían los que acudieron a ver un partido amistoso de fútbol. Los que fueron a ver a sus ídolos a un concierto. Los que acudieron a cenar con su pareja a un bistró de una calle de París. O los que empezábamos a disfrutar del fin de semana.
Pero hoy la alegre capital parisina no exclama su característico Ohlalá! y la Torre Eiffel está apagada, en señal de duelo. Aunque durante todo el fin de semana los edificios de muchas ciudades se han ido iluminando con los colores de su bandera. También los perfiles de las redes sociales de muchos ciudadanos del mundo, en señal de solidaridad. Una tragedia que cada uno intentamos asimilar como sabemos o como podemos. Unos rezan, otros lloran, algunos se encienden de ira y otros quieren venganza…
Llevo todo el fin de semana siguiendo las noticias que se suceden confusas y intentando comprender lo incomprensible del ser humano y de este mundo que no sé donde va. No he querido leer ningún testimonio ni ver ninguna imagen ni vídeos que los medios sensacionalistas se empeñan en que veamos una y otra vez… porque el dolor se hace más insoportable. Me gustaría ver menos imágenes de guerra y más de PAZ. Como este vídeo…
El de un músico sencillo que ha cogido su piano, le ha dibujado el símbolo de la paz, lo ha atado a su bicicleta y se ha plantado en la puerta de la sala de fiestas haciendo lo que seguramente mejor sabe hacer: tocar el piano. Tocar y escuchar el “Imagine” de Lennon seguramente sea para él y para muchos de nosotros el único alivio y consuelo que podamos encontrar en estos momentos. Porque probablemente un piano sea una de las pocas cosas que puedan callar el sonido de bombas y disparos, aunque sea por unos minutos. Pero algunos atentan contra la música, contra la diversión, contra la cultura, contra la vida, porque la suya es tan miserable que les da igual apretar un botón y morir. Mientras, otros defienden que hay que responder con más muertes… Lennon soñaba con el día en que “no haya nada que matar ni por lo que morir” y Gandhi decía que “no hay camino para la paz, la paz es el camino”.
Hoy, lloro por las víctimas de París, pero también por las de Beirut, Bagdad, Sinaí… por las que hubo y por las que habrá. Por los niños y jóvenes a los que en vez de darles un libro, les dan un arma y que lejos de tener una ilusión por la que vivir, están desesperados por matar y morir. Y por el dolor de las madres de cualquier víctima de esta sinrazón. Hoy más que nunca oigo gritos de “Libertad, Igualdad, Fraternidad”, porque no TODOS somos igual de libres, de iguales, de hermanos.
Y mientras tanto mi hijo (consciente de lo que ha pasado pero ajeno al horror), canta una canción una y otra vez que habla de “días bonitos y de sentimientos bonitos”. Hoy no lo es en absoluto, pero a el le gustaría que lo fuera y la ha grabado en su cámara de juguete, para que no quede en el olvido. Por eso creo que es en las nuevas generaciones donde está la clave para que el mundo sea más humano. Y sólo encuentro un camino a esta sinrazón: “EDUCACIÓN”.
Por eso seguiré defendiendo los valores que considero importantes. No esos de “la buena educación” sino los que te dan las herramientas para saber buscar las distintas verdades del mundo. Los que proporcionan lucidez y pensamiento crítico para ser tolerante y comprender al de al lado, aunque no piense como tú. Me viene a la cabeza una frase de “Malala”, esa niña a la que con sólo 14 años intentaron asesinar por defender el derecho universal a estudiar y que con sólo 17 le dieron el Nobel de la Paz: “Un niño, un profesor, un libro y un lápiz, pueden cambiar el mundo. La educación es la única solución”. Su sueño es que todos los niños y niñas del mundo tengan una educación de calidad y el mío también.
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