California en llamas

Devastada por los incendios que estos días azotan California. Triste de ver cómo el estado dorado, en el que vivimos durante unos años, se tiñe de rojo por el fuego. Es desolador saber que el colegio en el que tu hijo pasó su infancia ha desaparecido por completo y mañana los niños no podrán volver a clase. Que la carretera por la que llegabas a la playa, está cortada por las llamas. Que el paisaje que veías cada día, se ha calcinado. Que muchos amigos han sido evacuados y algunos han perdido sus casas. Otros no pueden volver a ellas, porque el agua está contaminada y el aire puro de las montañas se ha vuelto tóxico. Que la escuela de español que montó una amiga, ha quedado convertida en cenizas… Vidas, naturaleza, recuerdos, momentos vividos, sueños y un futuro abrasados por el fuego. 25 personas fallecidas hasta el momento. Más de 16.100 hectáreas quemadas, unas 12.000 viviendas destruidas y más de 180.000 personas han sido evacuadas desde el pasado 7 de enero.

Todavía no se sabe con exactitud si los incendios fueron provocados, pero muchos culpan estos días a los vientos de Santa Ana de la proliferación del fuego y los desequilibrios mentales. Algunos autores como Raymond Chandler o Joan Didion escribieron sobre este fenómeno hace ya algunos años. 

Así comenzaba el relato de Raymond Chandler, Viento Rojo:

“Soplaba un viento del desierto aquella noche. Era uno de esos secos y calientes vientos de Santa Ana que bajan por los pasos de montaña, te encrespan el pelo, te ponen los nervios de punta y te hacen picar la piel. En noches como esa, cualquier fiesta con alcohol termina en pelea. Las pequeñas y sumisas esposas sienten el filo del cuchillo de trinchar y estudian el cuello de sus maridos. Cualquier cosa puede pasar.”

El escritor norteamericano de novela negra buscaba con sus relatos retratar a la sociedad americana, reivindicando el realismo y la denuncia social. 

Joan Didion, en Los Ángeles Notebook escribía:

“Hay algo inquietante en el aire de Los Ángeles esta tarde, una quietud antinatural, una tensión. Lo que significa es que esta noche empezará a soplar un viento de Santa Ana, un viento caliente del noreste que silba bajando por los pasos de Cajon y San Gorgonio, levantando tormentas de arena a lo largo de la Ruta 66, secando las colinas y los nervios hasta el punto de inflamación. Durante unos días veremos humo en los cañones y oiremos sirenas en la noche. No he oído ni leído que vaya a haber un viento de Santa Ana, pero lo sé, y casi todos los que he visto hoy también lo saben. Lo sabemos porque lo sentimos. El bebé está inquieto. La criada está de mal humor. Reanudo una discusión casi extinguida con la compañía telefónica, luego corto por lo sano y me acuesto, entregado a lo que sea que haya en el aire. Vivir con el viento de Santa Ana es aceptar, consciente o inconscientemente, una visión profundamente mecanicista del comportamiento humano. No he oído ni leído que exista ninguna base fisiológica científicamente precisa para los efectos de este viento. En términos más simples, cualquier persona en el condado de Los Ángeles es simplemente más propensa a cometer un asesinato durante un viento de Santa Ana que en cualquier otro momento.”

La escritora californiana buscaba con algunos de sus ensayos evaluar y deconstruir el efecto del medio ambiente en el comportamiento consciente e inconsciente del ser humano. 

Los que conocemos de cerca California y hemos experimentado esos y otros vientos, sabemos que hay algo inquietante en el aire de Los Ángeles. Esa quietud antinatural de la que habla Didion, que al momento se convierte en huracán. El océano Pacífico, salvaje, que a veces se queda en silencio y sin olas. Un calor seco y pesado, siempre anaranjado, que cuando se intensifica te desordena la cabeza, te nubla la vista, te altera el corazón y dificulta la respiración. 

Según los expertos, el cambio climático acorta la temporada de lluvias, favorece la sequía y extrema las condiciones meteorológicas adversas. Recortar en recursos públicos y planes de prevención de las ciudades empeora la calidad de vida y nuestro propio hábitat. Pero muchos siguen echándole la culpa a los vientos de Santa Ana… 

El pueblo californiano es fuerte y no me cabe duda que volverá a construir sus casas, proyectos y sueños. Pero existe un antes y un después, algo irreparable en las vidas y árboles calcinados. Y eso ya no se podrá reconstruir, sople o no sople el viento del desierto.

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Mujeres que Vuelan