Llevo meses escuchando Good Luck, Babe!, de Chappell Roan, en bucle. Tiene ese aire nostálgico de los ochenta y es poderosa, como Cyndi Lauper.
Roan lleva componiendo desde muy joven, pero los comienzos no han sido fáciles para ella. Hace unos años, cuando pensaba que su carrera ya estaba encarrilada en Los Ángeles, la princesa del Midwest tuvo que regresar a su pueblo de Missouri. Su sello discográfico rescindió el contrato por no generar suficiente dinero. Pero lo que nadie se imaginaba es que este sería el empujón definitivo para el gran éxito de su álbum debut: “The Rise and Fall of a Midwest Princess”.
Desde entonces, no ha parado de actuar y llenar conciertos y hace unos días, la cantante estadounidense, ganó el Grammy a Mejor Artista Revelación.
Después de interpretar en la gala Pink Pony Club, uno de sus grandes éxitos, subió a recoger el premio con un reflexivo discurso: “Me dije a mí misma que si alguna vez ganaba un Grammy y me enfrentaba a las personas más poderosas de la música, exigiría que las discográficas y la industria que ganan millones de dólares a costa de los artistas ofrezcan un salario digno y atención médica, especialmente para los emergentes”.
Ni que decir tiene que ha recibido críticas de empresarios del mundo de la música, pero también numerosos apoyos de artistas noveles y consolidados.
Roan brilla con luz y personalidad propia, además de por su voz única, por su creatividad y original estética. No necesita a nadie que la convierta en un producto de la industria musical porque es inteligente, valiente y auténtica. Una estrella que emerge, con la potencia suficiente para no ser fugaz y convertirse en una superestrella del pop.
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