Los pilares del sueño americano

Ayer Obama se dirigió a la nación en horario de máxima audiencia (aunque ninguna de las tres grandes cadenas emitió su discurso). Univisión fue la única que retransmitió sus palabras, en una noche en la que los Grammys Latinos (donde por cierto se premió al gran Paco de Lucía y a Serrat en Las Vegas), parecía tener más importancia que la reforma de inmigración. Hoy la música de las emisoras cambió de melodía para escuchar las opiniones sobre una noticia que se percibe como el principio de una esperanza para millones de personas.

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“La inmigración nos define como país”, dijo Obama. “Una nación que fue creada por gente de fuera, y que desde hace más de 200 años recibe inmigrantes de todas las partes del mundo, tiene hoy su sistema de inmigración roto, con 11 millones de personas viviendo en la sombra”.

Tras declarar que el Congreso se había convertido en un muro infranqueable para su ambiciosa ley de reforma, Obama dijo que como presidente tenía la autoridad para tomar acciones ejecutivas y eso es lo que iba a hacer:

Primero: seguiremos dotando a la frontera de más recursos”.

Segundo: se hará más sencillo para los inmigrantes con estudios, empresarios y de alto perfil quedarse y contribuir a nuestra economía”.

Tercero: daremos los pasos necesarios para tratar de forma responsable a los millones de inmigrantes sin papeles que ya viven en nuestro país”.

El presidente concluyó: “Si usted ha estado en América durante más de cinco años; si usted tiene hijos que son ciudadanos americanos o residentes legales; si usted se registra, pasa un control de antecedentes y está dispuesto a pagar una parte justa de los impuestos que le corresponden; usted podrá quedarse en este país de forma temporal, sin miedo a ser deportado. Usted puede salir de las sombras y hacer las paces con la ley”. Y para los miembros del Congreso que cuestionan su autoridad para hacer que el sistema de inmigración funcione mejor, su mensaje fue muy claro: “Aprueben una ley”.

Cuesta creer que en EE.UU. donde todo es tan burocrático, haya millones de inmigrantes ilegales trabajando para empresas “muy legales”, mientras se mira para otro lado.

Por la ventana de una casa de un barrio residencial cualquiera, puedes ver el trabajo diario de jardineros, fontaneros, camareros, cocineras, cuidadoras, limpiadoras… Jardineros que son los responsables de que esos jardines que vemos en las películas americanas y en la vida misma, luzcan perfectos. Fontaneros que arreglan los desperfectos de un día a día que también es imperfecto. Camareros que sonríen para que una velada sea lo más agradable posible. Cocineras que hacen con cariño la comida de una fiesta. Cuidadoras que tratan a los niños como si fueran suyos. Limpiadoras que además de hacer su trabajo con profesionalidad, podrían montar un taller de costura o un cathering para eventos, porque saben coser, cocinar y muchas cosas más.

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El inmigrante irregular normalmente es mexicano, lleva en EE.UU. más de cinco años (algunos incluso 20), tiene hijos estadounidenses, vive en California, Virginia… y contribuye a la economía de este país. Un día hizo las maletas y fue a buscar un sueño, pensando que volvería. Hoy lucha por mantenerse a flote y junto a otros como él forman los pilares del sueño americano. Pero no puede volver a su país. A veces ni siquiera por una razón de causa mayor como la muerte de una madre. Su sueño es poder trabajar legalmente, cumplir con sus obligaciones y tener la libertad de entrar y salir del país como lo que es: un ciudadano americano.

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