La alimentación en el desarrollo intelectual y emocional

Hace unos días el neuropsicólogo Álvaro Bilbao, autor del Bestseller “El cerebro del niño explicado a los padres” y “Cuidar tu cerebro mejora tu vida”, vino al colegio de mi hijo a dar una interesante charla sobre “Salud cerebral para padres e hijos”. En ella nos habló de cuáles son las claves para tener un cerebro sano: el afecto, aprender a tolerar la frustración y gestionar el estrés, el ejercicio, el sueño y la alimentación. Si cuidamos nuestro cerebro y el de nuestros hijos, no sólo mejoraremos la concentración y la memoria, sino que conseguiremos una actitud positiva ante cualquier reto en la vida, los estudios y el trabajo.

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Fue muy interesante descubrir un poco más sobre cómo funciona el cerebro de los niños: por asociación. Que las conexiones entre neuronas pueden ser positivas o negativas y esto no es innato, sino que se aprende y se educa. Por eso el talento o facilidad para hacer determinadas cosas no se consigue porque se tengan más neuronas, sino porque éstas están mejor conectadas. Poner límites y normas en función de la edad del niño, mejora estas conexiones. Y tener una buena salud cerebral, disminuye el déficit de atención y en la edad adulta enfermedades como el Alzheimer. (Según Bilbao, el mejor aliado contra el Alzheimer no es el ejercicio mental, sino el ejercicio físico, ya que éste mantiene el corazón en buen funcionamiento y mejora la circulación).

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También nos dio algunas pautas para conseguir una alimentación saludable:

Los niños comen lo que nosotros comemos. Aprenden por imitación y por las neuronas espejo, así que si queremos que se alimenten bien, deberemos llevar todos una alimentación saludable: basada en frutas y verduras, pescado sobre todo azul, harinas mejor integrales, limitar el azúcar y las conservas que lleven conservantes y colorantes artificiales, pesticidas…

Evitar comprar lo que no debemos comer. Parece que al “núcleo accumbens”, (esa parte del cerebro que se encarga de la recompensa y la motivación, pero también de procesos que pueden convertirse en adictivos, como el sexo y ciertos alimentos), le encanta el azúcar y las grasas. Por eso nos suelen gustar más, sobre todo a los niños. Y esto tiene más efecto con colores llamativos como el rojo y el amarillo (de ahí que muchos refrescos y snacks vayan envueltos en estos colores). Mejor comerlo fuera, para evitar la tentación…

No forzar al niño a comer. Según el neuropsicólogo, no es bueno obligarles a comer determinadas cosas que no les gustan, porque puede provocar traumas o fobias a alimentos concretos (normalmente suelen ser alimentos verdes o amargos). Lo mejor es involucrar a los niños en su compra y elaboración. Si es posible, que elijan qué verdura prefieren y si algo no les gusta, que lo prueben, aunque no se acaben el plato. El paladar también se educa y así irán cambiando sus gustos y preferencias. Hacerles purés, es una opción complementaria, pero también deben masticar vegetales crudos. Si nunca les ponemos algo porque no les gusta, nunca aprenderán a comerlo.

Interactuar con la comida. Para Bilbao, involucrar a los niños en la comida es fundamental. Es bueno que vayan a comprar los alimentos, que elijan algunos de ellos, que aprendan a manipularlos y a cocinarlos (siempre de forma divertida y según su nivel de capacidad).

Dulces y snacks para ocasiones especiales. Álvaro Bilbao fue muy claro en este punto: llevar unos buenos hábitos alimenticios es tan importante como darnos algún capricho. Prohibir todo o ser muy rígidos, puede generar en la adolescencia adicciones y trastornos alimenticios. Es mejor comerlos fuera o elaborarlos en casa de vez en cuando, con productos naturales.

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Lo más importante: cuidar nuestro cerebro, aprender estrategias y saber motivar a los niños para que aprendan a comer. Somos los adultos los que debemos poner límites, elegir lo mejor para ellos y no darles las cosas sólo en función de sus gustos o preferencias. Y la mejor manera de enseñarlo es con el ejemplo y cenando en familia, porque además de disminuir el fracaso escolar y fortalecer lazos, comer con nuestros hijos, propicia un ambiente seguro y tranquilo para que puedan compartir las dificultades y preocupaciones de cada día.

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